Mañana
más...
Mañana más...
Mañana más. Esa frase que tanto me
gustaba escuchar porque era sinónimo de libertad temporal ahora me
resultaba molesta. No sé como explicarlo pero las clases resultaban
tan apasionantes, los profesores te envolvían con sus historias,
cada lección suponía un viaje espectacular del que solo el “mañana
más...” podía apearte. Por eso que le estaba empezando a coger
manía a esa dichosa frase.
Lo bueno de todo es que después del
“mañana más...” había otro mundo fascinante.
En estos primeros días de clase me
había propuesto elegir, diariamente, algún lugar que me hubiese
llamado la atención y plasmarlo con mi lápiz. Siempre me había
gustado dibujar y sobre todo, en los viajes, era de los que llevaba
como compañero inseparable un cuaderno para hacer bocetos de todo
aquello evocador y que me ayudara a recordar los mejores momentos de
mis travesías.
La verdad es que hoy me apetecía
descansar un poco, relajarme. Llevábamos ya siete días de curso,
con sus correspondientes rutas de senderismo, y mi cuerpo pedía
siesta... ¡no fiesta!. De eso ya teníamos todos los días. Siesta,
fiesta... que idioma tan maravilloso el español. Con el solo hecho
de cambiar la S por la F pasamos del Sosiego a
lo Frenético. Dos palabras tan sonoramente parecidas y tan
distintas, que no distantes, porque no podrá negarse que después de
una buena fiesta lo que apetece es una gran siesta.
Pues ese era mi dilema: ¿siesta o
dibujo?.
Sé fuerte, me dije a mi mismo. No
sucumbas a la tentación del reposo. Un reposo que solía tener banda
sonora original en estas tierras: por la noche la banda sonora estaba
interpretada por la filarmónica de los grillos y por el día podías
deleitarte con una solista llamada chicharra. A pesar de todo, el
dormir en La Mancha sabía a gloria.
Estaba decidido, mis dibujos eran lo
primero. Además, el momento de tranquilidad y paz que obtenía
durante los ratos diarios ante el cuaderno de dibujo relajaban mi
espíritu y recargaban mis pilas para el siguiente día que seguro
vendría repleto de nuevas emociones.
Pensé en dirigirme a un viejo molino
que divisé dos días atrás mientras caminábamos camino de Moral de
Calatrava. Lo vi tan solo, tan triste que seguro que se alegraría de
recibir la compañía de un extranjero que quiere compartir un rato
de su tiempo con él. Seguro que está lleno de historias y anécdotas
que, aunque no pueda contarme de viva voz, será capaz de
transmitirme con su sola contemplación.
De camino hacia mi “modelo”
atravesé la plaza del pueblo, repleta como siempre de alumnos del
curso que pasaban la tarde jugando y charlando con los chicos y
chicas del lugar.
- ¿Adónde vas guiri?. Quédate con nosotros. Nos falta uno para echar un mus.
- ¡Que no soy guiri!. Soy alemán. Además, ya sabéis que tengo que dibujar como todas las tardes. Cuando regrese me incorporo.
- Venga vale. Pero lo mismo ya no te necesitamos.
Sabía que me dejarían jugar a mi
regreso. Me habían enseñado hacía unos días. Era un juego
fascinante. Complicado pero a su vez maravilloso. Aún me quedaba
muchísimo por aprender pero era bastante bueno “faroleando”. Con
esa cara de guiri nunca sabían cuando decía la verdad o mentía.
Creo que en cierta medida se reían de mí pero no me molestaba.
Pasaba un buen rato con ellos y eso era lo que importaba.
Por fin llegué al molino. Busqué un
sitio cómodo donde situarme y que a su vez tuviera una buena
perspectiva. Localicé una roca en el prado que me serviría para
apoyar mi espalda. Saqué mi cuaderno e inicié mi boceto.
La tarde era calurosa a pesar de ser ya
casi las siete.
Era la primera vez que me encontraba
tan cerca de un gigante como ese. Me encontraba tan bien que hubiese
deseado que el tiempo se detuviese y me hubiese quedado allí para
siempre.
Estaba tan cómodo, tan relajado,
tan........
De repente alguien me agarró por
detrás y tiró de mi.
- ¡Vamos levántate!. ¿Donde te has metido todo el día?
Era un viejo desaliñado, con larga
barba blanca y pelo cano. Alto y delgado. Nunca lo había visto en mi
vida.
- ¿He estado en clase?Contesté.
- ¿En clase?. Te he dicho mil veces que todo lo que tienes que saber en la vida te lo enseñaré yo que para eso he leído todos los libros de caballería.
Debería ser algún viejo loco del
pueblo que me confundía con alguien.
- ¡Vamos!.Me dijo.
- Sígueme, lo tengo todo preparado para el ataque.
No tenía ni idea de que me hablaba.
Sin embargo la curiosidad me comía por dentro. ¿Que mal me puede
hacer este viejo loco?. El dibujo puede esperar, pensé. El molino
estará aquí mañana pero este personaje seguro que no vuelvo a
encontrarlo jamás.
Le seguí.
Al otro lado del molino me estaba
esperando. Hacia gestos con las manos animándome a que fuera hacia
él con celeridad.
- Vamos hombre. Tanto tardar no es bueno para nuestra empresa. Coge esta espada (me dio un palo maltrecho). Yo atacaré desde ese costado. Parece que desde esa zona la defensa está más descuidada. Cuando yo te diga tu te abalanzarás sobre él. Entre los dos podremos derrotarlo.
No entendía nada... ¿atacar a quién?.
Yo asentía con la cabeza a todo lo que él me decía.
Se fue hacía el otro lado. Cogió una
larga vara que guardaba en un arbusto y empezó a correr.
No sabía muy bien hacia donde iba pero
enseguida comprendí que se dirigía en dirección al molino... ese
era nuestro enemigo.
Me quedé perplejo mirando el desenlace
esperando que se detuviese antes de estamparse contra el gigante de
piedra. No fue así. Continuó su carrera y justo antes de chocar
contra el fiero enemigo se dirigió a mi y me grito:
- ¡Ahora Sancho!
¿Sancho?...
Abrí los ojos y allí seguía, tumbado
en el verde prado. Y ante mí, impasible, el gran molino manchego.
Autor: Andrea (Alemania)
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