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martes, 16 de abril de 2013

Relato ganador del "I concurso de relato corto para estudiantes extranjeros de español"


Mañana más...



Mañana más...
Mañana más. Esa frase que tanto me gustaba escuchar porque era sinónimo de libertad temporal ahora me resultaba molesta. No sé como explicarlo pero las clases resultaban tan apasionantes, los profesores te envolvían con sus historias, cada lección suponía un viaje espectacular del que solo el “mañana más...” podía apearte. Por eso que le estaba empezando a coger manía a esa dichosa frase.
Lo bueno de todo es que después del “mañana más...” había otro mundo fascinante.

En estos primeros días de clase me había propuesto elegir, diariamente, algún lugar que me hubiese llamado la atención y plasmarlo con mi lápiz. Siempre me había gustado dibujar y sobre todo, en los viajes, era de los que llevaba como compañero inseparable un cuaderno para hacer bocetos de todo aquello evocador y que me ayudara a recordar los mejores momentos de mis travesías.
La verdad es que hoy me apetecía descansar un poco, relajarme. Llevábamos ya siete días de curso, con sus correspondientes rutas de senderismo, y mi cuerpo pedía siesta... ¡no fiesta!. De eso ya teníamos todos los días. Siesta, fiesta... que idioma tan maravilloso el español. Con el solo hecho de cambiar la S por la F pasamos del Sosiego a lo Frenético. Dos palabras tan sonoramente parecidas y tan distintas, que no distantes, porque no podrá negarse que después de una buena fiesta lo que apetece es una gran siesta.
Pues ese era mi dilema: ¿siesta o dibujo?.
Sé fuerte, me dije a mi mismo. No sucumbas a la tentación del reposo. Un reposo que solía tener banda sonora original en estas tierras: por la noche la banda sonora estaba interpretada por la filarmónica de los grillos y por el día podías deleitarte con una solista llamada chicharra. A pesar de todo, el dormir en La Mancha sabía a gloria.

Estaba decidido, mis dibujos eran lo primero. Además, el momento de tranquilidad y paz que obtenía durante los ratos diarios ante el cuaderno de dibujo relajaban mi espíritu y recargaban mis pilas para el siguiente día que seguro vendría repleto de nuevas emociones.

Pensé en dirigirme a un viejo molino que divisé dos días atrás mientras caminábamos camino de Moral de Calatrava. Lo vi tan solo, tan triste que seguro que se alegraría de recibir la compañía de un extranjero que quiere compartir un rato de su tiempo con él. Seguro que está lleno de historias y anécdotas que, aunque no pueda contarme de viva voz, será capaz de transmitirme con su sola contemplación.

De camino hacia mi “modelo” atravesé la plaza del pueblo, repleta como siempre de alumnos del curso que pasaban la tarde jugando y charlando con los chicos y chicas del lugar.
  • ¿Adónde vas guiri?. Quédate con nosotros. Nos falta uno para echar un mus.
  • ¡Que no soy guiri!. Soy alemán. Además, ya sabéis que tengo que dibujar como todas las tardes. Cuando regrese me incorporo.
  • Venga vale. Pero lo mismo ya no te necesitamos.

Sabía que me dejarían jugar a mi regreso. Me habían enseñado hacía unos días. Era un juego fascinante. Complicado pero a su vez maravilloso. Aún me quedaba muchísimo por aprender pero era bastante bueno “faroleando”. Con esa cara de guiri nunca sabían cuando decía la verdad o mentía. Creo que en cierta medida se reían de mí pero no me molestaba. Pasaba un buen rato con ellos y eso era lo que importaba.

Por fin llegué al molino. Busqué un sitio cómodo donde situarme y que a su vez tuviera una buena perspectiva. Localicé una roca en el prado que me serviría para apoyar mi espalda. Saqué mi cuaderno e inicié mi boceto.
La tarde era calurosa a pesar de ser ya casi las siete.

Era la primera vez que me encontraba tan cerca de un gigante como ese. Me encontraba tan bien que hubiese deseado que el tiempo se detuviese y me hubiese quedado allí para siempre.
Estaba tan cómodo, tan relajado, tan........
De repente alguien me agarró por detrás y tiró de mi.
  • ¡Vamos levántate!. ¿Donde te has metido todo el día?
Era un viejo desaliñado, con larga barba blanca y pelo cano. Alto y delgado. Nunca lo había visto en mi vida.

  • ¿He estado en clase?
    Contesté.
  • ¿En clase?. Te he dicho mil veces que todo lo que tienes que saber en la vida te lo enseñaré yo que para eso he leído todos los libros de caballería.

Debería ser algún viejo loco del pueblo que me confundía con alguien.

  • ¡Vamos!.
    Me dijo.
  • Sígueme, lo tengo todo preparado para el ataque.

No tenía ni idea de que me hablaba. Sin embargo la curiosidad me comía por dentro. ¿Que mal me puede hacer este viejo loco?. El dibujo puede esperar, pensé. El molino estará aquí mañana pero este personaje seguro que no vuelvo a encontrarlo jamás.
Le seguí.

Al otro lado del molino me estaba esperando. Hacia gestos con las manos animándome a que fuera hacia él con celeridad.

  • Vamos hombre. Tanto tardar no es bueno para nuestra empresa. Coge esta espada (me dio un palo maltrecho). Yo atacaré desde ese costado. Parece que desde esa zona la defensa está más descuidada. Cuando yo te diga tu te abalanzarás sobre él. Entre los dos podremos derrotarlo.

No entendía nada... ¿atacar a quién?. Yo asentía con la cabeza a todo lo que él me decía.
Se fue hacía el otro lado. Cogió una larga vara que guardaba en un arbusto y empezó a correr.
No sabía muy bien hacia donde iba pero enseguida comprendí que se dirigía en dirección al molino... ese era nuestro enemigo.



Me quedé perplejo mirando el desenlace esperando que se detuviese antes de estamparse contra el gigante de piedra. No fue así. Continuó su carrera y justo antes de chocar contra el fiero enemigo se dirigió a mi y me grito:
  • ¡Ahora Sancho!
¿Sancho?...

Abrí los ojos y allí seguía, tumbado en el verde prado. Y ante mí, impasible, el gran molino manchego.

Autor: Andrea (Alemania)

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